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Bajo el cerezo en flor

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Bajo el Cerezo en Fl


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En un pequeño pueblo al pie de las montañas, había un viejo cerezo que florecía cada primavera. Sus pétalos rosados caían como lluvia sobre un banco de madera desgastado, convirtiéndolo en el rincón favorito de los amantes y soñadores.


Clara, una joven pintora, solía sentarse allí cada tarde con su cuaderno de dibujo. Su cabello castaño ondeaba al viento mientras dibujaba los paisajes que la rodeaban. Para ella, el cerezo era un símbolo de esperanza y belleza efímera, algo que debía capturar antes de que desapareciera con el paso de las estaciones.


Un día, mientras Clara intentaba terminar un boceto, un joven desconocido apareció bajo el árbol. Llevaba una guitarra colgada al hombro y una sonrisa tímida. Su nombre era Lucas, un músico que había llegado al pueblo en busca de inspiración.


—¿Te molesta si toco aquí? —preguntó, señalando el banco.


Clara negó con la cabeza y sonrió. —Solo si prometes no moverte demasiado. Estoy dibujándote.


Lucas rió y comenzó a tocar una melodía suave, una canción que parecía surgir de lo más profundo de su alma. Clara se perdió en la música, sus trazos se volvieron más fluidos, más vivos.


—Eres increíble —dijo ella cuando terminó.


—Lo mismo iba a decir de ti —respondió Lucas, mirando su boceto.


Desde ese día, se convirtieron en compañeros bajo el cerezo. Ella dibujaba mientras él componía, cada uno encontrando en el otro una fuente de inspiración que nunca habían conocido. Lucas le hablaba de sus viajes, de las ciudades que había visto y de las personas que había conocido. Clara, en cambio, le mostraba sus pinturas, sus sueños plasmados en colores y formas.


Con el tiempo, su amistad se transformó en algo más profundo. Un día, mientras los pétalos caían alrededor de ellos, Lucas tomó la mano de Clara.


—Nunca he encontrado un lugar como este, ni a alguien como tú —dijo.


Clara lo miró a los ojos, su corazón latiendo con fuerza. —Yo tampoco.


Se besaron bajo el cerezo, sellando un amor que parecía tan eterno como las montañas que los rodeaban.


Sin embargo, como los pétalos del cerezo, los días felices pasaron rápido. Lucas tuvo que marcharse para seguir con su música, y Clara sabía que no podía retenerlo.


—Prométeme que volverás —le dijo el día de su despedida.


—Siempre que florezca el cerezo, estaré aquí contigo —respondió él.

Pasaron los años. Cada primavera, Clara volvía al árbol, esperando encontrarlo. A veces, los pétalos caían como lágrimas mientras se sentaba sola, pero nunca perdió la esperanza.

Finalmente, una tarde de abril, mientras los pétalos danzaban en el aire, escuchó una melodía familiar. Levantó la vista y vio a Lucas, de pie bajo el cerezo con su guitarra y una sonrisa en los labios.

—Te lo prometí —dijo, extendiendo la mano.

Clara corrió hacia él, las lágrimas cayendo libremente mientras se abrazaban. Había esperado tanto, pero en ese momento supo que todo había valido la pena.

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